Japón se adueña de cientos de islas deshabitadas y sigue la inquietud por el control de otros islotes

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Madrid.- La reciente decisión de Japón de convertir en propiedad pública cientos de islas deshabitadas se produce en un momento en que las disputas territoriales se han recrudecido entre sus vecinos, en especial China, y a la vez sirve para alimentar el deseo del primer ministro nipón, Shinzo Abe, de contar con un ejercito permanente para hacer frente –dice Tokio- al creciente poder militar chino y a la amenaza de Corea del Norte.

Pero esta nueva política de Abe también inquieta a Corea del Sur, que mantiene diversas disputas, entre ellas la de las islas Dokdo/Takeshima, controladas de facto por Seúl y reclamadas por Tokio, o la de las mujeres coreanas que fueron reclutadas como esclavas sexuales por Japón durante la II Guerra Mundial.

Pero la realidad es que Japón convertirá en propiedad pública una serie de islas que no son particulares con el objetivo de proteger su territorio, es decir, en palabras del ministro japonés de Política Oceánica Territorial, Ichita Yamamoto, “lo que se pretende es registrar las islas remotas como propiedad del Estado para mejorar su gestión”.

Una decisión claramente política que tendrá sus consecuencias y repercusiones, sobre todo cuando China anunció su nueva defensa aérea marítima, el 23 de noviembre, al declarar la nueva Área de Identificación de Defensa Aérea (ADIZ) en el mar de China Oriental,  una extensa área que afecta a las islas Senkaku/Daoyu, que administra Tokio desde 1972 y reclama Pekín, desde que el Gobierno nipón comprara en septiembre de 2012 varios de estos islotes deshabitados de manos de su propietario privado.

Al mismo tiempo, Corea del Sur optó por declarar la ampliación de su  propia ADIZ en respuesta a la de China de otro perímetro similar que se solapa con espacio controlado desde hace años por el Gobierno surcoreano, que consideró en su momento que el nuevo trazado marítimo chino de defensa aérea cubre la isla sumergida de Leodo, bajo soberanía de Seúl al adentrarse, según fuentes oficiales, unos 3.000 kilómetros cuadrados en el espacio aéreo surcoreano.

Lejos de una nueva “guerra fría” en el Pacifico están los intereses de los tres países. Sólo los PIB de Japón, China y Corea del Sur totalizaron en 2012 hasta 15 billones de dólares, lo que supuso el 20 por ciento del total mundial registrado y un 70 por ciento del de Asia.

Pero la realidad es que Pekín, Tokio y Seúl, que vienen declarando que no van a desatar un conflicto armado por unos islotes, saben que en sus aguas se esconden grandes bolsas de petróleo y gas, lo que sin duda ha intensificado la disputa por estos islotes y más cuando China, Japón y Corea del Sur carecen de energía suficiente para alimentar sus economías, lo que hace que mantengan las espadas en alto para garantizarse la seguridad energética.

Estudios oficiales estiman que hay unas 280 “islas remotas”, nombre que usa el Gobierno nipón para describir los islotes y rocas deshabitadas de su territorio que no están en mano de ningún dueño privado y a la vez consideradas por Tokio como suelo japonés.

Ya el pasado año un comité propuso a Yamamoto diseñar un sistema que sirva para registrar los cambios de titularidad de estas pequeñas islas, para ponerles nombre (muchas de ellas no tienen apelación oficial) y para trazar estudios sobre sus recursos y su entorno medioambiental, lo que podrá crear dudas, desconfianza y tensiones entre los países citados.

Pero no todo queda ahí, ahora Japón piensa protestar una ley recién aprobada por China que obliga a barcos extranjeros a pedir autorización para faenar en la mayor parte del mar de China Meridional, ya que, resalta Tokio, la norma busca modificar el equilibrio regional.

Es decir, esta norma, que entró en vigor el pasado 1 de enero y fue aprobada por la provincia china de Hainan, ha originado las protestas de Filipinas, Taiwán o Vietnam, que creen que esta ley refuerza las reclamaciones soberanistas de China sobre los archipiélagos que se disputan con estos y otros Ejecutivos en esa zona.

Japón, que origina desconfianza con sus ansías de militarizarse, ahora se ve apoyado por otros países que reclaman lo mismo que Tokio a China, cuando Pekín considera territorio nacional la mayor parte del mar de China Meridional, lo que le enfrenta otras naciones del Sudeste Asiático.

Pekín y Manila se pelean desde hace años por el banco de arena de Scarborough, que los primeros llaman Huangyan y los segundos Panatag, mientras China y Vietnam se disputan las islas Paracel o Paracelso, que los primeros llaman Xisha y los vietnamitas Hoang Sa y luego Brunei, China, Filipinas, Malasia, Vietnam y Taiwán reclaman total o parcialmente el archipiélago de las Spratly. O sea un verdadero puzle lleno de intereses económicos y de planificación de nuevas estrategias en aras de defender cada uno su propia parcela.

Estados Unidos, que no reconoce la nueva defensa aérea china, basa su fuerte alianza militar y económica de muchos años con Japón y Corea del Sur, una alianza que le sirve para “vigilar” de cerca al “gigante asiático”, que no acepta que los estadounidenses tengan cada vez mayor protagonismo en la zona, pero Washington en situaciones de “roces” entre Tokio y Seúl debe pronunciarse con su propia iniciativa.

EEUU impulsa la mejora de las relaciones entre Japón y Corea del Sur, a los que considera como bastiones de su estrategia de defensa en Asia, pero ahí está el recuerdo de la ocupación japonesa en la península coreana aún sin cicatrizar entre los dos países y, obviamente, también las relaciones entre Tokio y Pekín, pero los tres países tienen en común importantes intereses económicos.

Recientemente el Congreso estadounidense situó por primera vez a China por delante de EEUU en una tecnología de misiles que acerca a Pekín a su deseada ambición de lograr la hegemonía militar, pero, sin embargo, Washington, tal como dijo el vicepresidente Joe Biden en su visita a Corea del Sur en diciembre pasado, se comprometió a incrementar su presencia militar en la zona con el objeto de que para 2020 el 60 por ciento de los barcos de guerra de EEUU tenga su base en esa área, frente al 50 por ciento actual dejando así claro que Asia seguirá siendo prioridad para la Casa Blanca.

Y ya para rematar la situación actual en la zona, Japón sigue recibiendo quejas de China, Corea del Sur y EEUU después de que Shinzo Abe visitara en diciembre pasado el polémico santuario sintoísta de Yasukuni, ubicado en el centro de Tokio donde se rinde homenaje a los millones de caídos del Ejército Imperial entre 1853 y 1945, entre ellos 14 criminales de la Segunda Guerra Mundial y precisamente chinos y coreanos, que sufrieron la colonización nipona en la primera mitad del siglo XX, también criticaron duramente la visita de Abe al santuario, templo que consideran un símbolo de la opresión colonial nipona y un monumento al militarismo del histórico enemigo.

No obstante, pese a que casi un 70 por ciento de japoneses considera que Abe debería haber medido las consecuencias diplomáticas de su visita a Yasukuni, el primer ministro japonés, empeñado en que su “abenomics” devuelva al país su auténtica recuperación económica, ensalza el orgullo nipón en aras de convertir de nuevo a Japón como potencia regional frente a una cada día más poderosa China.

Aún así, Shinzo Abe está dispuesto a dialogar con chinos y surcoreanos para explicarles su visita al santuario sintoísta de Yasukuni, origen de nuevas tensiones entre los tres países y con Estados Unidos como mediador en la zona sin dejar a atrás sus propios intereses.

Santiago Castillo, periodista y escritor, experto en asuntos del Nordeste asiático

Santiago Castillo

Periodista, escritor, director de AsiaNortheast.com y experto en la zona

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7 Respuestas

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